La presencia de los jóvenes en las redes sociales, incluso a una edad temprana, es una realidad fácil de constatar. En muchos casos se produce antes de que sus padres sean conscientes de ella, como ocurre con otros aspectos del desarrollo de un preadolescente. ¿Cuántos adultos descubren que sus hijos tienen cuenta en Instagram o en Twitter cuando hace tiempo que la utilizan? Y con frecuencia el descubrimiento de esa actividad “clandestina” lleva aparejada la prohibición como reacción de los adultos. Esta circunstancia podría servirnos como punto de partida para una reflexión sobre la necesidad de asumir la responsabilidad de educarlos en este ámbito como madres y padres y también como docentes.
El hecho de que el acceso a Internet esté mediatizado por el uso de la tecnología supone que a muchas familias, en la práctica, les resulte problemática la educación de sus hijos en lo que al uso de Internet se refiere. La necesidad de una formación básica puede llegar a desbordar a unas madres y padres que han de preocuparse de múltiples aspectos del desarrollo de sus hijos (la educación afectivo-sexual, la prevención de las adicciones, la salud, la socialización, la alimentación, la educación vial, la trayectoria académica …) Por ello las escuelas pueden y deben jugar un papel clave como aliados de las familias en esta labor.
La primera idea a considerar es que Internet es una realidad irreversible y duradera; nuestros jóvenes van a convivir con la red durante muchos años y especialmente en las etapas más críticas de su maduración personal. Más vale que aprendan a desenvolverse en ese espacio que, cada vez más, forma parte de sus vidas y las nuestras.
La segunda es que la actividad en Internet deja huella. Y no sólo cuando publicamos información sobre lo que hacemos con fotos, tweets o artículos; simplemente cuando buscamos información. La publicidad en Internet se basa en este hecho: nos ofrecen lo que saben que buscamos, lo que nos gusta. Por tanto, nos conviene actuar de forma responsable cuando nos sentamos al ordenador: lo que decimos, lo que buscamos, lo que publicamos habla de nosotros. Especialmente importante es el lenguaje que utilizamos, que nos califica; como en la vida real.
Que tantos jóvenes tengan un teléfono móvil con cámara que les permite tomar imágenes de cualquier persona o situación en cualquier lugar público o incluso en casa, y publicarla más tarde, nos obliga a educarlos como usuarios de un smartphone. Una vez que una imagen se distribuye en Internet es imposible saber dónde puede acabar y qué consecuencias puede tener su difusión. Porque la información que difundimos permanece mucho tiempo en Internet; las fotos que colgamos en la red con doce años pueden avergonzarnos más tarde. Incluso cada vez más empresas buscan información en Internet sobre los candidatos a trabajar en ellas y la tienen en cuenta. Porque lo que mostramos de nosotros en Internet nos define y por eso hace tiempo que se habla de la identidad digital de las personas.
Así que tenemos la responsabilidad de contribuir a que los jóvenes tengan una identidad digital acorde con los valores que queremos para ellos. Afortunadamente contamos con una gran baza: cada uno de nosotros es la principal fuente de información sobre sí mismo. Bien utilizada puede determinar cómo nos ven los demás mucho más que la información que puedan transmitir sobre nosotros. Al final nuestra trayectoria en la red tendrá mucho más peso que cualquier infundio, especialmente cuando la actividad online está conectada a la actividad presencial, es decir, cuando lo que mostramos en Internet se corresponde con lo que hacemos en la vida cotidiana.
Por todo ello, un objetivo fundamental durante este curso será contribuir a que el alumnado del IES Cartima desarrolle una identidad digital responsable.
Y una de las conclusiones interesantes de este proceso será que las redes sociales sirven para aprender, si elegimos bien a las personas con las que interactuamos y las fuentes de información que utilizamos.
(Imagen tomada de aulablog)